jueves, 2 de abril de 2015

El cíclope esmeralda
Llegó una carta misteriosa enviada a la Universidad de Oxford. SirThomas Brown recoge la carta y se la entrega a su nieta. Mientras Virginia acabó de leer unos manuscritos antiguos y traducirlos del sánscrito al inglés, el viejo arqueólogo fue a su habitación para leer atentamente la carta. Virginia estaba agotada y decidió también irse a su habitación sin cenar y así acostarse pronto para descansar, pero también encontró la misma carta en su cama que lo había dado su abuelo con una nota que pone esto es para ti. Ella abrió la carta y la leyó muy intrigada:
“Estimado arqueólogo, Sir Thomas Brown:
Espero que usted se encuentre bien. Aquí, en la Universidad de Atenas, se ha armado un tremendo revuelo porque se han descubierto los restos de una extraña construcción arquitectónica, que nadie sabe que es, y que hasta el momento no se ha hallado nada parecido en toda la arquitectura de la civilización griega, ni tan siquiera entre los restos de la vieja cultura cretense o micénica.  Todos los arqueólogos que trabajamos en la universidad andamos estupefactos ante tal extraño descubrimiento, ya que pone patas arriba todo lo que conocemos de la civilización griega, incluso diría yo de los pueblos prehelénicos. El descubrimiento se ha realizado entre las regiones de Tesalia y Macedonia, donde se encuentra el Monte Olimpo. Se trata de unas extrañas murallas construidas con enormes bloques de piedra perfectamente tallados, con piedras que no son de la región sino que son originarias de la Meseta de Anatolia, cerca del Cáucaso, a miles de kilómetros del Monte Olimpo, y que como investigadores, nos resulta muy extraño elaborar conjeturas e hipótesis sobre la manera en la que han llegado hasta allí. Pero lo más sorprendente es su antigüedad: creemos que están datados sobre el 10.000 a.C., motivo que nos desconcierta por completo.
Los ilustres miembros del Consejo Rector de la Facultad de Historia me han asignado que dirija las nuevas excavaciones y que descubra qué son estos restos, a qué periodo histórico pertenecen y quienes eran sus extraños moradores. Estas murallas y las contrucciones aledañas podrían formar un complejo fortificado, que se prolonga hasta las mismísimas faldas del Monte Olimpo, con una extensión de 7 kilómetros aproximadamente. Estoy intentando resolver el misterio de estos restos arqueológicos, y me encuentro en un callejón sin salida que me obliga a volver a principio para retomar de nuevo la línea de investigación. Por este motivo, le escribo esta carta solicitándole su inestimable ayuda, ya que es usted uno de los más importantes expertos a nivel mundial en las culturas prehelénicas, al igual que su nieta Virginia, la joven y brillante arqueóloga de la Universidad de Oxford y digna heredera de su legado intelectual. Un extraño rumor ha llegado a mis oídos: se dice que un viejo anticuario judío, que tiene su tienda de antigüedades cerca de la Acrópolis, conserva un viejo mapa del Monte Olimpo en el que aparece dibujado un laberinto desconocido y la extraña figura de un cíclope, y nadie sabe cómo ha llegado a sus manos. Le suplico que vengan a Atenas y que me ayuden. En cuanto a los gastos del viaje, no se preocupen ya que su estancia corre a cuenta de la fundación del Museo Arqueológico de Atenas y de la propia Universidad, al ser ustedes colaboradores tan ilustres. Su viaje y la misión que les hemos encomendado debe quedar en el más absoluto secreto. Por eso le he escrito unos pasos que tienes que seguir:
1. Responder rápidamente a esta carta, dirigida a mi mismo como director de la excavación, Dimitri Papanopoulos.
2. Junto con la carta, tienen dos billetes en el primer vuelo que salga desde Londres a Atenas.
3. Una vez que lleguen a Atenas y se instalen en el Hotel Majestic, donde tendrán reservada una suite a su nombre, reúnanse conmigo en la Facultad de Historia de la Universidad de Atenas, en la Biblioteca de Historia Antigua, y allí pidan para consultar el viejo códice sobre el Oráculo de Delfos. Será mi referencia para saber que han llegado y así poder hablar sin despertar sospechas sobre este extraño misterio.
Nos veremos dentro de tres días.
Un cordial saludo
Firmado:
Dimitri Papanopoulos”

Sir Thomas Brown y su nieta Virginia leyeron la carta estupefactos y estaban desconcertados porque no estaban seguros de aceptar la invitación, pero su insaciable curiosidad por rebasar los límites del conocimiento les empujó a aceptar, y así lo hicieron. Pero había un problema: el estado de salud del viejo arqueólogo estaba muy deteriorado y necesitaba muchos cuidados y llevar una vida tranquila; por eso, Sir Thomas Brown tomó la decisión de que fuera en su lugar su nieta Virginia, ya que confiaba plenamente en sus facultades como investigadora, y que sabría ser su más digna representante. Virginia enseñó la copia de la misma carta que ella también había recibido y accedió a la propuesta sin pensárselo dos veces.  Su abuelo le explicó que debía seguir las instrucciones al pie de la letra y no dar ningún paso en falso. Eso sí, el más absoluto secreto sobre el motivo de su viaje a Grecia.
Al día siguiente preparó sus maletas y tomó un taxi para dirigirse desde Oxford al Aeropuerto de High Road, en Londres. Y desde allí, el vuelo que la llevaría a Atenas…
Virginia llegó a Atenas prácticamente de noche, y se marchó directamente al hotel. A la mañana siguiente, Virginia se dirigió a la Universidad de Atenas, al lugar indicado. Preguntó a la bibliotecaria sobre si tenían disponible una copia del viejo códice, y la bibliotecaria se la entregó enseguida. Virginia se dirigió a una pequeña mesa que había al fondo de la sala. Al cabo de un rato, apareció un joven investigador de apenas 30 años de edad, y le preguntó sobre la copia del códice que estaba leyendo. Virginia alzó la mirada y el joven se presentó con cortesía. Era Dimitri Papanopoulos. Allí estuvieron conversando con voz baja, y Papanopoulos la puso al corriente del hallazgo arqueológico y del estado de las investigaciones. Al finalizar la conversación, acordaron en verse esa misma tarde en el Hotel Majestic y de ahí se dirigieron al barrio situado bajo la Acrópolis, conocido como Plaka o el Barrio de los Dioses, para buscar la tienda del viejo anticuario, el Señor Salomón Mosher.
La tienda de antigüedades del Señor Mosher no era muy conocida para los habitantes del viejo barrio, y nadie les sabía indicar con certeza dónde estaba situada. Después de recorrer de arriba abajo las viejas calles empinadas, preguntaron a una vieja señora que vendía frutas frescas, y les indicó el callejón donde estaba la tienda del anticuario, extraño personaje que apenas se relacionaba con sus vecinos y del que sólo circulaban rumores sobre su terrible pasado. Salomón Mosher conocía al viejo arqueólogo Sir Thomas Brown y al descubrir que la joven desconocida que había entrado en su tienda era su nieta, se dirigió a los dos jóvenes con una amabilidad exquisita, enseñándoles el viejo mapa, que tenía oculto como un preciado tesoro. Además del mapa, el anticuario les dio también un viejo sello con la imagen de un extraña figura que se asemejaba a un ser mitológico, el cíclope.
Al día siguiente, Virginia y Dimitri tomaros juntos el tren que les conduciría a la ciudad de Larisa, la capital de la región de Tesalia. Desde allí, se dirigirían al Monte Olimpo utilizando medios de transporte de lo más diverso…
Desde la llegada a Larisa, tardaron un día y medio en llegar al Monte Olimpo, donde se dirigieron al campamento de las excavaciones arqueológicas. Una vez instalados en sus respectivas tiendas, descansaron de la agotadora jornada de viaje. Al amanecer, salieron a explorar las excavaciones, y llegaron a las faldas del majestuoso Olimpo. Virginia estaba extenuada por el cansancio, y pararon para comer algo. De repente, encontraron un extraño hueco entre la vegetación. La maleza ocultaba lo que debía ser  una entrada a una cueva, tapada por un enorme bloque de piedra, y a uno de los lados, vieron un dibujo grabado en la piedra que les era familiar… Era la imagen borrosa de la figura del cíclope que aparecía en el plano del extraño laberinto, dibujado detrás del pergamino del mapa que les había dado Salomón Mosher. Entonces, cogieron el viejo sello de piedra e intentaron hacer encajar la imagen del sello con la de la pared… El sello encajaba a la perfección y giraron las imágenes hacia la derecha, en el sentido de las agujas del reloj, y el bloque de piedra, a modo de puerta, se desplazó dejando al descubierto la entrada de una enorme gruta.
Sorprendidos a la par que asustados, entraron Virginia y Dimitri en la cueva. El interior de la cueva olía de manera extraña, quizás porque no entraba el aire del exterior desde hacía muchísimo tiempo. Caminaron por un lago pasillo durante unos pocos minutos, y la entrada se cerró bruscamente… Angustiados, intentaron empujar el bloque de piedra, pero era en vano: estaban prisioneros en el corazón del Monte Olimpo, la morada de los Dioses ancestrales que allí vivieron. Un escalofriante grito sonó por toda la cueva, asustados y conscientes de que aquella aventura podría convertirse en un trágico final, caminaros unos pasos y vieron que ante ellos se abría un intrincado laberinto. Conscientes de que aquella aventura podría convertirse en un trágico final, decidieron adentrarse en su interior con la pequeña esperanza de encontrar una salida.
¿Qué extraño misterio encerraba en sus entrañas el majestuoso Olimpo?

Llamó a Dimitri para avisarle de que ha encontrado un agujero con un símbolo y le dijo que comprobara a mirar el dibujo tallado en la piedra para averiguar si coincide con el agujero. Puso la piedra en el agujero y de repente apareció una puerta que conduce al laberinto. Exploraron el laberinto, esquivaron sus trampas y encontraron la esmeralda. Pero cuando la cogieron despertaron al cíclope para que fuera a perseguirlos y escaparon con la esmeralda y sobrevivieron los dos de esta aventura peligrosa.